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Noble traición (Reseña libre de un viaje de Nietzsche a Sorrento)

Durante un par de meses me reuní de manera discontinua pero regular a conversar con el filósofo chileno José Jara, traductor de un importante libro de Nietzsche conocido comúnmente con el nombre de Gaya Ciencia, pero traducido por él como La Ciencia Jovial.


En nuestras conversaciones apareció la razón de esta traducción y la respuesta era absurdamente simple: es el título con que Nietzsche bautizó la obra y que toda edición alemana aún conserva. La gaya scienza no es más que el subtítulo agregado por su autor a la segunda edición de 1887.


Efectivamente, el libro en alemán se titula Die fröhliche Wissenschaft y abajo, a modo de complemento y entre paréntesis, Nietzsche escribió: (“la gaya scienza”), tal cual en el manuscrito original, pues su autor quería marcar cercanía y afinidad con la cultura provenzal del Sur de Europa.


En dichas conversaciones (que pronto harán un libro), Jara me habló de un colega suyo llamado Paolo D'Iorio, conocido especialista de la obra de Nietzsche, quien hace poco publicó “El viaje de Nietzsche a Sorrento: una travesía crucial hacia el espíritu libre”. En este documentado texto, el asunto del latino que habitaba en Nietzsche cobra vida de forma biográfica, más acá de las referencias a Italia y a esa cultura que hay en su obra.


En el otoño de 1876 Nietzsche viajó rumbo a Sorrento con su, en ese entonces, buen amigo Paul Rée. Tenía la esperanza de curarse de agudos dolores de cabeza que lo inhabilitaban durante largas horas. Nietzsche pidió una licencia en Basilea, donde hacía clases, para tratar su problema, convencido por su amiga la condesa Malwida von Meysenburg de que el aire sureño lo restauraría.

Hoy sabemos que Nietzsche ha hecho del tema médico un asunto filosófico, convirtiendo la oscilación entre salud y enfermedad en un trasfondo propicio para una reflexión sobre el valor de la vida. Baste aquí recordar el siguiente pasaje apuntado en Ecce Homo, varios años después de su visita a Sorrento:


Así es como de hecho se me presenta ahora aquel largo período de enfermedad: por así decirlo, descubrí de nuevo la vida, y a mí mismo incluido, saboreé todas las cosas buenas e incluso las cosas pequeñas como no es fácil que otros puedan saborearlas, - convertí mi voluntad de salud, de vida, en mi filosofía… (Ecce Homo, pag. 28. Alianza, Madrid 2003)


Nietzsche con el tiempo se convertiría en su propio médico. Al volver a Suiza desde Sorrento su salud sigue de mal en peor, pero la estadía en Italia (que incluyó paradas significativas en Nápoles y Génova) fue el principio de una curación intelectual relevante para todo el pensamiento occidental, marcando el inicio de la peregrinación hacia lo que denominó la “gran salud”.


Para preparar ese terreno fértil en originales reflexiones, Nietzsche se hizo en Sorrento una cirugía que incluyó la extracción de tres pesados elementos: la admiración por Wagner, la cátedra de Basilea y la metafísica de Schopenhauer. Estos tres horizontes habían marcado su vida durante casi diez años y al volver de ese viaje se vio interiormente libre de ellos, abandonó su proyecto de una quinta intempestiva y se abocó a terminar Cosas humanas demasiado humanas (tal como traduce D'Iorio), libro que escandalizó a sus hasta ese momento entusiastas y esperanzados lectores. Incluidos, por supuesto, los Wagner.


Es aquí donde se inicia el gran ciclo filosófico de Nietzsche, que tiene en el Zaratustra su más alta cumbre. Es a partir de Cosas humanas demasiado humanas que se gesta una de las empresas filosóficas más influyentes del último tiempo, y el grueso de ese libro fue escrito durante esta travesía hacia el corazón del mundo latino.


D'Iorio, como buen italiano, atribuye esta sanación al benéfico espíritu del Sur. Su libro comienza con esta cita elocuente de Nietzsche extraída de un fragmento póstumo:


No tengo fuerza suficiente para el norte: allí mandan las almas pesadas y afectadas que, como el castor en su obra, están constante e inevitablemente trabajando en las normas de la cautela. ¡Toda mi juventud se ha marchitado entre ellos! Me asaltó esta idea la primera vez que vi caer la noche sobre Nápoles, con su gris y su rojo de terciopelo en el cielo ̶ como un estremecimiento de compasión para conmigo, por haber comenzado a vivir siendo tan viejo, y lágrimas y el sentimiento de verme todavía salvado, en el último instante. Tengo suficiente espíritu para el sur. (El viaje de Nietzsche a Sorrento, pag 11. Gedisa, Barcelona 2016)


El viaje al Sur hace que Nietzsche se reencuentre con un proyecto filosófico muy personal que había tramado y luego abandonado en su época prewagneriana y pre Basilea. D'Iorio nos narra, basándose en cartas y anotaciones escritas por Nietzsche y sus compañeros de viaje, cómo es que durante la travesía aparecieron estos viejos proyectos, junto a personas que tenía olvidadas, algunas muertas ya, que volvían fantasmagóricamente en sueños custodiados por el profundo cielo napolitano, el dulce aroma de los naranjos y la altiva presencia del Vesubio.


Este viaje puede ser leído también, en la línea de la historia de la filosofía, como la desembocadura del romanticismo en el gran mar de la vida; como la multiplicación de sus aventuras en un territorio nuevo o recuperado. La forma en que Nietzsche experimentó el Sur hizo que cambiara su manera de ver la existencia, abocando sus fuerzas hacia una ciencia jovial, compendio y superación del positivismo y del romanticismo. Así, la filosofía madura de Nietzsche, defensora del devenir, cuestiona en duros términos al romanticismo por haber cedido a la presión (del abismo, del nihilismo, del naufragio) y haberse arrodillado ante la cruz o ante la nada.


También, esta ciencia jovial que celebra sus saturnales, se aparta del gris positivismo que no sabe reír y sentir. Eso que lo ha salvado, el Sur, le ofrece nuevos horizontes a su pensar, sin renunciar a la vida, despreciar el cuerpo ni caer en la resignación.


Pero la triunfante jovialidad ha sido lograda por la negatividad de un difícil período de enfermedad, confusión y traición. En el prefacio de Cosas humanas demasiado humanas, Nietzsche va a denominar esta época de dolorosa liberación con el nombre de “gran desasimiento”. Este es el inevitable camino hacia el espíritu libre, que implica la posibilidad de la soledad y la incomprensión, pues este se manifiesta como:


(…) un afán turbulento, arbitrario, impetuoso como un volcán, de peregrinación, de exilio, de extrañamiento, de enfriamiento, de desintoxicación, de congelación, un odio hacia el amor, quizás un paso y una mirada sacrílegos hacia atrás, hacia donde hasta entonces oraba y amaba, quizás un rubor de vergüenza por lo que acaba de hacer, y al mismo tiempo un alborozo por haberlo hecho, un ebrio y exultante estremecimiento interior que delata una victoria (…) ̶ una enigmática victoria erizada de interrogantes y problemática, pero la primera victoria al fin y al cabo: de semejantes males y dolores consta la historia del gran desasimiento. (Humano, demasiado humano, Prefacio, pag. 37, Akal, Madrid 2001)


Solo tomando estos riesgos es sin embargo posible la mencionada “gran salud”, clave en la evolución del pensamiento nietzscheano. Esta resulta en una “libertad madura del espíritu que es igualmente autodominio y disciplina del corazón y permite el acceso a muchos y contrapuestos modos de pensar (…) un exceso de fuerzas plásticas, curativas, reproductoras y restauradoras (…) ese exceso que le da al espíritu el peligroso privilegio de poder vivir en la tentativa y ofrecerse a la aventura”. (Ibid, pag. 38)


Así, por la vía de la enfermedad y el dolor, inevitables en la vida, se puede acceder a un modo de vida más alto, que no implique la subyugación ni el resentimiento, sino que multiplique las interpretaciones y permita el “acceso a muchos y contrapuestos modos de pensar”.


En este sentido, la ruptura con Wagner se nos muestra en el libro de D'Iorio como una experiencia vital para el filósofo. Fue en Sorrento, de hecho, la última vez que ambos se vieron. Los Wagner fueron a pasar ahí los días posteriores al primer festival de Bayreuth, y en un ambiente de confusión y cierta tristeza debidos a la sensación de fracaso del evento, a Nietzsche se le presenta la terrible distancia con el maestro. Nota que el discurso de Wagner tiende a la compasión y a resaltar impúdicos ritos cristianos. Observa y rechaza el giro que cobran los intereses estéticos del músico y consecuentemente termina por alejarse, sin pensar que será de manera definitiva.


Gracias al libro de D'Iorio tenemos también un matiz biográfico de la actitud radical de Nietzsche, que le valió la soledad. Ya lejos de la influencia de Wagner, en una carta personal, lamenta profundamente haberse alejado, no del maestro sino del amigo:


Por mi parte, sufro horriblemente cuando me falta la simpatía, y nada me puede compensar el haber perdido en los últimos años la simpatía de Wagner (…) quizás con nadie me he reído tanto como con él. Ahora todo se ha acabado ̶ ¡y de qué sirve tener razón contra él en muchos aspectos!, ¡como si con ello pudiera borrar de la memoria la simpatía perdida!


Pese a ese íntimo pesar, la obra de Nietzsche se ha puesto en marcha desde este punto y gracias a esos quiebres. No es extraño que en el penúltimo parágrafo de Cosas humanas demasiado humanas la experiencia de ese “gran desasimiento” encuentre su manifestación en una noble traición, que señala la necesidad de abandonar lo más querido cuando nuestro corazón ya no sintonice con su música. Nuestras convicciones pueden volver a ser modeladas por las olas de una nueva pasión.


Nos sugiere dejar atrás cuestiones a las que nos hemos acostumbrado y que, casi sin darnos cuenta, obligan y dominan nuestro quehacer y nuestros pensamientos, petrificándolos. Implica, si nuestra viva pasión nos mueve a ello, reevaluar nuestros afectos, nuestras adhesiones, nuestros temas predilectos y todo el sistema de valores que nos ha acompañado.


De esta forma, traicionando al Norte y a las figuras que configuraron su primera filosofía, Nietzsche de alguna manera los honra, pues todo lo que dejamos atrás no es nunca totalmente abandonado, sino que repunta brillantemente modificado y enriquecido -superado- a partir de la experiencia de lo otro, de eso que resultaba extraño y opuesto, permitiéndonos así la entrada en otros juegos.


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