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La soledad y el desierto

Recientemente he terminado de leer " El Mono gramático" de Octavio Paz y, me doy cuenta de que el rechazo a su literatura en mis años de adolescente no tenían justificación de ser. Más bien eran unos años ilusos, donde la lectura temprana de "Así habló Zaratustra" o "Más allá del bien y del mal" generan en un joven e inexperto lector efectos un tanto dañinos -por la mala lectura que se hace de ellos- pues el lector temprano se conforma muchas veces con una sola lectura de un autor en específico (nada más dañino para la comprensión y el florecimiento de la crítica), en fin, son años donde la pedantería y el ego están a flor de piel.

La lucha entre la madurez y la inocencia marcan al lector en esas épocas de la vida, por ende el cuidado a la hora de leer. Pero cada quien comete los errores que le plazca, eso, hasta cierto punto nos hace crecer o en otros casos estancarnos.

Pensando en Paz, recuerdo las pláticas con un amigo que ha estado para mí desde hace mucho tiempo, el único que ha comprendido -y comprende - lo que es ser un lector en un lugar desierto, pues ni en la escuela, ni en la familia e incluso ni en la biblioteca de una ciudad pequeña, como en la que vivimos, se encuentran lectores o escritores. Él se quedó en la ciudad y por la madurez tanto en lectura como en vivencia siente los estragos de seguir en el "desierto".

Volviendo a Paz, la plática se basaba -en ese entonces- en un desconocimiento típico de un muchacho; la lectura e influencia de los infrarrealistas repercutía sobremanera entre nosotros, no obstante ni él ni yo éramos Bolaño, ni Anaya, ni mucho menos Papasquiaro. No poseíamos su sentimentalismo, su ingestión alcohólica, sus desvelos, ni sus lecturas, ni la complacencia de amar la carne como ellos, no conocíamos a la Lupe, no rodábamos en la carretera, no leíamos poemas en la ducha. Hablábamos y proferíamos en contra del nobel de literatura, una y otra vez, huyendo casi siempre de todo lo que escribió.

Se sumaba a lo anterior el completo desconocimiento del escritor, lo único que podíamos encontrar en librerías y en ferias del libro era "El laberinto de la soledad", no más. A eso se atiene uno cuando se encuentra en el desierto.

Buscamos y rebuscamos muchas veces en las librerías de la ciudad autores Estadounidenses -Kerouac, Asimov, Burroughs, K. Dick, Faulkner, Hemingway, etc.- sin logro alguno. En Internet no se podía encontrar los libros en PDF que ahora están al alcance de una liga. Eso por una parte nos hizo crecer como lectores, buscar entre los libros polvorientos de las librerías de viejo, hasta terminar con las manos cuarteadas por los libros con su portada de tierra -y quien sabe que cosas más- con los ojos hinchados y el bolsillo completamente vacío por tener unos cuantos ejemplares raros.

Sentados en las bancas de un parque, leíamos a Whitman, cantábamos juntos “Saludo al mundo” se lo leía en ingles con una mala pronunciación, charlábamos en los bares junto a los amigos que no nos seguían en la plática esquizofrénica que trataba de hacer un pseudo análisis de “Howl”; Allen Ginsberg por aquellas épocas nos incendiaba –o al menos a mí-, él era un lector de poesía lírica, adoraba a Bonifaz, le sacudía la cabeza la poesía de Quevedo, de Pellicer, amaba a Shakespeare. A pesar de todo, la soledad del adolescente y la oscuridad fría y amenazante del desierto nos dejaba solos.

Yo tuve la necesidad de salir del desierto, y fuera de esté me encontré con ella: un salvavidas que entro en la arena seca y me rescato de la locura y de la ensoñación en la que me encontraba, me seco las lágrimas, limpiándolas con su cuerpo, con sus palabras, con su presencia.

Mi amigo se acostumbró a su desierto, al fin y al cabo, en ese lugar esta su origen. No se siente solo, llegó tal vez a pensar en cosas de mayor trascendencia. Hoy estudia odontología y su pasatiempo es repasar los músculos, las venas, las arterias; todo aquello que constituye la anatomía comparada. La madurez hizo que el desierto dejara de importarnos; provocando que nuestra sangre hirviera como nunca. La soledad la sentimos diferente. Ahora duele menos.

El desierto es similar a la soledad, a pesar de las piedras, de la arena y las alimañas, la nada hace que te sientas en un estado de somnolencia, de insolación. No obstante estar en ese estado de completo letargo, estimula las fibras sensibles del pensamiento, te invade la reflexión sin comparación alguna.

Hoy que vivo en una ciudad "grande" comprendo el otro tipo de soledad del que habla Octavio Paz. El ruido, la polución y la marea de gente no son síntoma de compañía, ni de sociabilidad. Y dejando de lado un poco las conclusiones de Bauman sobre la "modernidad liquida", pienso que el desierto es la soledad descarnada que vivimos hoy. Pero no todo en el desierto es negativo, podemos encontrar pequeños oasis que escapan del calor, que salvan a los errabundos. Hoy a Paz lo aprecio en ciertos sentidos, fue un gran escritor, que en pequeñas frases creo mundos extraordinarios. A pesar de sus errores políticos o ser criticado por su elitismo para con los escritores, no deja de ser un baluarte de las letras mexicanas.

Pensar la soledad desde ella misma nos ayuda a comprender al otro. Hoy por ejemplo que no está ella conmigo, la soledad se siente como un taladro entre mis huesos, fuerte como nunca, reflexiono su partida, espero a que vuelva y acurruque mis latidos, su sol irradia otro tipo de calor diferente al que estamos acostumbrados. El desierto no se siente cuando estoy con ella.

El autor nació en Tehuacán, 1995. Estudia Historia en la FFyL BUAP. Ha publicado en Penumbria 21.


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