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Entrevista a Javier Raya

Santos Guerrero: ¿En dónde encuentra el poeta las palabras: en la vida, en lectura, o en la reflexión constante y crítica de ambas?

Javier Raya: Las palabras —para el que está a punto de devenir poeta y para cualquiera que no se preocupa por la poesía—, para mí, en todo caso, forman un medio simbiótico que colinda con la experiencia humana, pero que no la sustituye ni la agota ni la explica por completo. Digo que las palabras son un medio, pero no me apresuro a consignarlas a un fin inevitable al que se llega a través de su mediación. A veces la mediación es (in)suficiente. ¿Para qué? Mallarmé le dice a Degas: los poemas se hacen de palabras, no de ideas, y pensamos en poemas peleándose a golpes por razones nimias. A veces las palabras no cancelan el dolor, pero lo contienen. Un enfermo utiliza las palabras para modular su grito y describir al médico el tipo de dolor que lo mata, pero no se cura hablando. Me interesa, además de la poesía, el psicoanálisis, precisamente por su tentativa de que el sujeto puede confrontarse con aquello que lo mata mediante las palabras; en ese sentido, el poeta para mí sería el que se confronta con las palabras para buscar más vida. El que deviene poeta encuentra las palabras en la vida, o encuentra vida en las palabras, lo que ocurra primero.

SG: ¿Crees que la mejor poesía se alcanza cuando ni la tinta, ni el lápiz, ni las teclas intervienen? ¿Sino cuando estás en ese juego de palabras que se lleva a cabo en la mente?

JR: Acá habría que diferenciar entre poesía y poema. El poema es un aparato lingüístico cuya sola función es la de contener poesía, o la de intentar (re)producirla por primera vez, cada vez; la poesía así, más en abstracto o como idea o como sustancia o como trascendente, es como el tiempo para san Agustín: si no me preguntas, lo sé, pero si me lo preguntas, no lo sé. Para responder a la pregunta, puedes tener una tarde muy “poética” según tú porque te pasaron cosas o porque te emocionó algo en tu vida, etc., pero el poema al que me refiero es una forma de vida en sí mismo. Es otra vida —la misma pero no del mismo modo— dentro de la vida.

SG: ¿Cuál crees que sea la necesidad del hombre por escribir –Si es que existiera esta necesidad-?

JR: A lo mejor escribir es una necesidad/necedad creada, como la publicidad o el café o los videojuegos. Como tecnología de la memoria está ampliamente superada: en algún momento de la Historia la escritura expandió nuestra capacidad de almacenar información, y nos permitió inventar modos inéditos de expresión; pero probablemente la escritura sólo sea un punto en la evolución de la conciencia, y en 20 ó 30 siglos lo veamos como un recurso provisional y datado. Tal vez volveremos a la palabra hablada, a la conversación; o como ya se entusiasman algunos, tal vez entraremos en el dominio de la comunicación vía emojis, es decir, volveremos al pictograma, y de ahí tal vez hagamos un repliegue táctico a la plegaria o a la canción, y de ahí tal vez logremos la ansiada telepatía, que será compartir información con el sólo deseo de hacerlo. La escritura es lo más cercano a la telepatía que disponemos por el momento.

SG: ¿El poeta necesita la soledad para escribir, necesita la carencia, la desdicha?

JR: Creo que todos esos son tópicos románticos que dan para biopics de Rimbaud estelarizadas por Di Caprio, pero no ayudan mucho para escribir ni para entender mejor la escritura. Todo acto de lenguaje implica la existencia implícita o explícita de un otro: las notas “privadas” de un diario íntimo, en tanto lenguaje, son un hecho público. El lenguaje no deja de exhibir; y a veces exhibe de modo tan perfecto que es capaz de ocultar. A pesar de que defiendo la necesidad de una soledad “esencial”, como la adjetiva Maurice Blanchot, la escritura y lecturas literarias se nutren de una comunidad que las produzca o abone al estado de incompletud que es propio de toda obra. Comunidad volátil, nómada, portátil, que llena la soledad. Incluso ese “vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos” de Quevedo es una soledad populosa, nutrida; o como novela de Hrabal, Una soledad demasiado ruidosa. E incluso me atrevería a decir que el trabajo o la obra o como le quieras llamar es algo así como un síntoma al que el artista vuelve una y otra vez para encontrar salud. Más allá de las virtudes asociadas al trabajo (propias del ensalzamiento neoliberal del time is money), trabajar, escribir, me parecen signos de vitalidad. Me acuerdo de la historia de cómo Enrique Lihn escribe Diario de muerte durante sus últimos meses de vida, con el lápiz atado a la mano, según dice la leyenda; a pesar de que el cáncer se lo comiera por dentro, la escritura era lo vital, lo que permanece vivo a pesar de la corrupción del cuerpo, o si se quiere: un cuerpo por otros medios.

SG: Uno de los poemas que he leído y escuchado más veces e incluso lo hemos difundido mucho en la ciudad de Puebla con los compañeros talleristas, etc. Es “Disentimientos de la nación” platícanos un poco del poema ¿Cuáles fueron los motivos de escribirlo?

JR: Lo escribí un día que renuncié a un empleo que odiaba, de eso me acuerdo. Esa misma noche lo leí en un slam de poesía y me dejó con la misma sensación que todas las veces que lo leí después: creo que es demasiado optimista, hay algo acerca del final que nunca me ha gustado, tal vez por eso cada año o cada que me invitan a leerlo añado o sustraigo elementos. Me hubiera gustado que tuviera una lectura menos conciliadora, que hubiera resultado en un cambio directo en la realidad; creo que es la mecha de un anarquismo literario que nunca prendió. A pesar de mí mismo y de mis carencias ha gozado de una suerte inusitada. Se ha traducido, remixeado, antologado, leído bien y mal. Además, ese texto ejemplifica lo que te comentaba de la comunidad de sentido; me han mandado videos de grupos de secundaria que hacen versiones corales, o que lo citan en textos o pancartas en marchas como si fuera un poema que se pudiera desarmar y usar en partes, un poema incluso lúdico en ese sentido; lo imprimieron junto a textos muy disímiles entre sí en un libro que se llama Pensar crítico y crítica del pensar, coordinado por Rafael Mondragón y Diana Fuentes; aparece en el anuario de poesía de San Diego en traducción al spanglish del gran Logan Philips, que tiene una versión a dos voces con Edmée García (Diosaloca). También lo imprimió José María Cumbreño de la Editorial Liliputienses de España, así, casi de un día para otro, a principios de este año. Yo me enteré cuando me mandó las pruebas, y me parece que ese tipo de decisión es la que da carácter a una colección de libros de poesía; y así como esas ediciones “de bolsillo” se han hecho varias. La versión que más se difundió en redes sociales fue la del video que produjo mi amigo Osvaldo “Chozz” Montaño. Con ese nos invitaron a un festival que se llama Samples, que es de cortometraje y que reúne a artistas audiovisuales de varios países; el día que tenía que dar mi plática-ponencia me quedé afónico, lo cual me aclaró mucho sobre mi relación personal con la recepción que han tenido los Disentimientos. Ahí entendí que yo puedo decir misa sobre el poema, pero el texto agarró rumbo y se puede decir que ya no tengo mucho que decir al respecto. Coincidimos pocas veces pero con gusto, como viejos amigos.

SG: ¿Qué poetas han impactado en tu vida?

JR: César Vallejo, Vicente Huidobro, José Lezama Lima, José Kozer, Eduardo Lizalde, García Lorca, Gerardo Deniz, Tomás Segovia, Chantal Maillard, Sylvia Plath, y otros que son poetas sin serlo, como María Zambrano, José Revueltas, Salvador Elizondo, Alejandro Rossi, Pascal Quignard o Roberto Calasso, escrituras que no te dejan salir igual que como entraste.

SG: ¿Cuál es tu opinión acerca de la poesía actual?

JR: No tengo una visión de conjunto. Cuando escribo crítica pienso en obras concretas, a lo mejor yendo contra cierta idea de la crítica ambiental o total que es la que sirve para antologar y hacer generaciones. Escribí hace poco un ensayo sobre el libro Caja negra que se llama como a mí de Diana Garza Islas, que me voló la cabeza, y estoy preparando uno más sobre Intervenir/Intervene de Dolores Dorantes y Rodrigo Flores Sánchez, traducido por Jen Hofer, que es toda una tesis sobre la desaparición del yo lírico o sobre lo que te decía de la comunidad de sentido, entendiendo en este caso en particular a los autores y a la traductora como una microcomunidad plural en la cual recae la autoría. Cosas así me interesan. Acabo de participar en un libro Casos como el de BAG/REJ/APO/NÉS que hicieron Manvel Barrios, Alex Piperno, Olga Leiva y varios poetas más donde el libro se vuelve una pieza plural hecha entre varios, o el caso de la revista Literal de Argentina sobre la que también he escrito, o las antologías o libros plurales de Victor Embarra Calavaera o Yaxkin Melchy, donde se trata menos de los nombres convocados que de hacer piezas raras y alucinógenas.

SG: ¿Qué escritores mexicanos son de tu agrado?

JR: Sería una lista loca y arbitraria, por ejemplo, esta última semana estoy estudiando la Psicopatología de la vida cotidiana de Freud y a un poeta que se llama Nathaniel Mackey que acabo de descubrir y me asombra que no esté traducido al español, pero también estoy leyendo unos ensayos de Bernard Noël publicados en Aldus que traigo cargando desde hace varios años y nunca los había abierto, y donde encuentras maravillas como un texto sobre la guerra del Golfo Pérsico que se desentiende de los lugares comunes de Baudrillard y también algo hermoso sobre el gesto del tejedor y el arte del bordado; leo una novela de Bohumil Hrabal que mi compa Sebas me mandó de Barcelona luego de encontrársela en una librería embargada, Yo que serví al rey de Inglaterra, también estoy investigando sobre Ricardo Flores Magón para un artículo sobre anarquismo, agarré también a Alexis Naranjo, un poeta ecuatoriano que ya conocía y que tiene ritmos tan buenos como “con el aire oliendo a majada y alfalfa y tierra / y la noche cóncava del troje con el rechinar de las cigarras”, de Slavoj Zizek que me interesa desde hace tiempo El acoso de las fantasías, también un libro sobre la transferencia en psicoanálisis de Julia Kristeva, Historias de amor, y sigo con interés los experimentos de escritura efímera de Heriberto Yépez en mexiconceptual.com. Si me preguntas la próxima semana probablemente siga leyendo a Freud, a Zizek, a Yépez y esté revisando otras cosas. Es la locura de leer por placer.

SG: Según tu perspectiva ¿El escritor se hace en la academia o se hace fuera de ella?

JR: Para mí, en este momento, fuera de la Academia, pero sin esencialismo alguno. Hay gente a la que la Academia le sirve para ordenar sus ideas o como salida laboral, pero a mí ni una ni otra. Me atrevería a decir incluso que el “estado de la cuestión” siempre va 50 años adelante, al menos en cuanto a estudios literarios, de lo que las universidades pueden cubrir, simplemente porque su trabajo es conservar y archivar, lo que lo equipara, desde mi perspectiva, a un mecanismo de control. No le tengo mala onda a la Academia, igual hay gente como Héctor Hernández en Chile, Cristina Rivera Garza en EU que logran mantenerse vitales incluso a pesar de la Academia, o que logran utilizarla en su favor.

SG: Por último Javier; a lo largo de la historia se han preguntado cual es la función de la poesía, buscando y rebuscando una definición “objetiva”, cuando existen miles de definiciones posibles ¿Qué crees que sea la poesía, cuál sería tu definición?

JR: Un gozoso malentendido.

Javier Raya nació en D.F. en 1985. Cuenta con dos plaquettes de poesía: El libro de Pixie (Torre de Babel Ediciones, 2010, reeditado en 2013), Por los rasgos una bayoneta (Col. La Ceibita, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011) y el libro Ordalía (Col. Limón Partido, 2011). Miembro del consejo editorial en Proyecto Literal y editor en PijamaSurf.com. Ha publicado ensayos y poemas en Tierra Adentro, El Jolgorio, Trifulca, el Periódico de Poesía y Yagular entre otros medios impresos y electrónicos. Hace spoken word y trabaja en su obra póstuma. Detesta a los escritores que hablan de sí mismos en 3a persona.


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