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Ornitología

Al regresar al apartamento lance la mochila al sillón, en ella habían 3 libros a medio leer en un orden estricto; Hegel “La fenomenología ---” Marshall Berman “Todo lo liquido ---” y Thompson “La miseria ---” En la esquina de la cama un montón de papeles con panfletos comunistas que repartía un grupo bastante idiota de estudiantes que se hacían llamar “Los rojos de Trotsky” Una infinidad de publicidad que utilizaba como separador estaba junto a mi viejo saxofón. Desde muy chico fui educado con el estigma de un chelista frustrado que se convirtió en economista y escalo mucho en el gobierno federal; claro después de ello sus hijos podían darse los lujos de estudiar la carrera que quisieran, hasta antropología social o artista plástico.


Desde muy chico papá me obligo a tomar clases de sax con un maestro particular; ya que sentía un acercamiento casi celestial por Dizzy Gillespie. La casa del “maestro” Don Ramiro estaba cerca de una librería donde además vendían mariguana y peyote. El dependiente era Ernesto Barrios un rockero fracasado destinado a ser dependiente de la librería de cuarta para siempre, tenía las peores ediciones en libros pero solo lo visitaba porque solía darme cada fin de semana un disco en vinil que ponía en la tornamesa vieja de papá. Cuando la voz de “Los Ramones” o los sonidos de una guitarra frenética como la de Jimmy Hendrix empezaban a penetrar mis corpúsculos; papá quitaba el disco y lo arrojaba lo más lejos que podía, solo lo veía cruzar desde la sala hasta la cocina. Después de esto me daba un discurso donde los puntos clave eran: vagos, falsos, putos y a veces solía tacharlos de pendejetes que no tenían la más mínima idea de la verdadera música. Procedía a limpiar y encerar el viejo tornamesas con un trapo que solo usaba por un mes y ponía a Bach, Wagner o Brahms.


La casa era la inquisición en contra de toda “porquería musical” como solía llamarla, en especial a “The Who”, “Pink Floyd”, “Nirvana” etc. Hasta los 13 años vestía de zapatos de charol, camisa fajada y pantalón de pana; el cabello hacia un lado al igual que Don Benito, otro héroe de mi jefe. Detestaba a todos mis ídolos, al Che, al Subcomandante Marcos y a pesar de ser economista hasta a Marx, a esté le tenía un odio acérrimo; aunque en la biblioteca tenía varios tomos del Capital en distintas editoriales, El origen de la familia, Manifiesto del partido comunista y todas las obras de Georgy Lukacs y Althusser. En la mesa siempre se hacía discusión del carácter dogmático de la obra marxista, de la influencia hegeliana izquierdista o la música de Dizzy, jamás me hablo de Parker lo odiaba también.


Fue hasta los 16 años cuando en vez de ir a las clases de Sax me dedicaba a rondar por el Chopo con Ernesto, me deje crecer el pelo, deje los pantalones de pana por la mezclilla, usualmente llevaba las playeras de Metálica o Iron Maiden. Conocí a “Marcela” (Amiga de Ernesto) ella y sus dos primas tenían un puesto de discos piratas de Punk, Electro-pop y hasta cumbias. Marcela vestía siempre de negro con unas mallas destrozadas por el uso del tiempo y por las garras pervertidas de algún gandalla de barrio, su pelo teñido de rubio y con sus labios siempre de rosa mexicano chupaba de una manera sexual unas 12 tupsis al día. Juntos los 4 iniciamos nuestra primera banda las “DeepThroat” Marcela sabia tocar la guitarra eléctrica, sus primas la hacían de bajista y cantante respectivamente y yo como era el más pendejo en ese estilo, me asignaron la batería.


La mayoría de las veces la hacíamos de teloneros; cuando iniciábamos, a manera de ritual la prima de Marcela, hacia sonidos como gimiendo, como si estuviera a punto de tener una eyaculación femenina, gritaba “Im Cumming BB” y gritaba una vez más; sus heroínas más grandes eran las Ultrasónicas, siempre hablaban de Jessy Bulbo y a veces se vestían como ella. Pero a pesar de ello nunca hacíamos cover de estas, el primer sencillo que hicimos se llamó “Scotch Whiskey” en la caratula estaba la cara del papa con el cristo al revés, niños lanzando notas a la gente y una calavera vomitando sangre. La amistad entre Marcela y yo se convirtió en coger después del concierto, un pase de coca y horas enteras de pláticas sobre jazz o bandas de rock. Todos los sábados después de cada concierto, su lengua paseaba por mi cuello hasta encontrar el agujero de la boca. Otras veces cogíamos entre los mapas pintarrajeados de los baños públicos. Y solo algunas ocasiones más nos embriagábamos tanto que al día siguiente amanecíamos desnudos con alguna de sus primas.


La separación se dio cuando Marcela, me encontró en la cama de su prima mientras sofocantemente estábamos enredados en las sabanas de su cuarto, su prima estaba inclinada y entre el ángulo oblicuo de mis piernas abiertas; con su pearcing en la lengua hacia valer el nombre de la banda “DeepThroat”, se dieron en la madre y amenazó con cortarme mi miembro. Marcela regreso al puesto de discos y nunca volvió a hablar con sus primas (ni conmigo). Una de ellas ahora es prosti y la otra formo otra banda “Las Kellies”.


Regrese al Sax, pues las constantes rameras, el alcohol y una dosis extrema de alucinógenos empezaban a dañarme los sentidos añadiéndole el ultimátum que mi jefe me había puesto. A los 18 entré al conservatorio con una interpretación excelsa de Monain de Charles Mingus. Pronto empecé con lo difícil de Ornette Coleman, Dizzy y todo el repertorio Bi-bop que tenía mi jefe escondido en un armario de caoba; era difícil conectar con los grandes del jazz casi todas las notas que tocaban iban flotando en espiral o en círculos; algunas ocasiones zigzagueando y estos las pescaban gracias a alguna conexión divina que suelo pensar, poseían. En el fondo del armario se encontraba una caja de zapatos vieja de unos FERRAGAMO, dentro de esta 1 disco en vinil rojo, que decía “The Underground Bird” en el cartón medio podrido una fotografía de Charly Parker en sus últimos años de vida, antes de que se suicidara, supuse por su cara maltratada y mucho después de esa gran leyenda que cuenta mi maestro de sax, el día cuando humillo a Dizzy con un sax de plástico. Al momento de poner el disco en el tornamesas la voz de Charly comenzaba dando una introducción decía: “Este disco consta de una sola canción, sin pausas y si le era posible sin dar un solo respiro largo o dejar un silencio incómodo y antiartístico”. Agregaba además que solo existiría un ejemplar de dicho disco. Parker repitió unas 16 veces un respiro largo y comenzó de manera hibefrenica a tocar el saxofón, altas, bajas, altas, bajas, sonidos extraños que solo los expertos suelen hacer introduciendo la lengua lo más profundo que pueden hasta la garganta, pero nadie había igualado un sonido tan profundo como el que estaba escuchando, notas especiales caían y caían; ningún otro jazzista había realizado tales sonidos. El pájaro volaba en el alma de Parker, retorciendo el sax y canturreando con la boca, con las mejillas hinchadas, con el saxofón hecho trizas. 74 minutos de silbidos retorcidos pero sin ningún esfuerzo termino con una frase el disco: “El sonido del pájaro volara con ustedes” imagino a Charly secándose el sudor de su frente morena y saliendo del estudio, viajando en el metro de Nueva York con la única esperanza de cobrar en algún bar de Harlem su indemnización e ir en las callejuelas del barrio a comprar su dosis de heroína. Al escuchar la voz que pocos llegan a encontrar en el instrumento pude vislumbrar la vena amoratada de Parker, sus lágrimas sin esperanzas y los gritos de horror cuando lo encontraron en su cama muerto por la sobredosis.


Inmediatamente después de escuchar el disco fui con el profesor Toussaint, experto en música de jazz, pero jamás escucho hablar del disco, incluso se lo atribuyo a Coleman. El disco paso a los oídos de la mayoría de los profesores expertos en composición musical, ritmo e instrumentos; pero nadie dio cuenta de lo escuchado. Estuve tentado a viajar a Nueva York pero decidí hacer un esfuerzo por interpretarlo. Tome clases extra de ritmo, de composición, varias notas al pie, libros sobre historia del jazz, libretas y libretas sobre Charly, todos sus discos en vinil, comencé a inyectarme heroína pero nada. Interpretaba una y otra vez “Scrapple for de Apple” “A night in Tunisia” “Perdido” y “KoKo”. Una noche mientras trataba de copiar “The underground bird” enfurecí tanto que destroce el saxofón; otra ocasión tome una dosis grande de heroína y me puse una soga en el cuello, mientras sonaba Salt peanuts en el apartamento y mis lágrimas escurrían hasta los zapatos, en medio de la desesperación flamable que me consumía, descubrí el secreto de la Ornitología. Tome el sax y comencé a tocar la pieza oculta del pájaro, toque tan fuerte y frenético que se llegaría a escuchar más allá de la calle de Madrid, quizá hasta el parque que entroncaba con el Boulevard 3 manzanas más adelante, el vuelo del pájaro sonó y resonó en la habitación, por 74 minutos exactos. Sin grabación y sin nadie que lo escuchara. El sonido del pájaro voló conmigo esa noche, pero jamás volvería. Lo que hizo Charly al interpretar “The Underground Bird” fue liberar al pájaro que vivía en él pero que jamás volvería.


Y así fue, poco después en los concursos de jazz posteriores a esa interpretación nuestro grupo conformado por “Largo” en la batería un gran intérprete de “For big sid”, en el bajo Poulsen (Un alemán que se dedicaba a adorar a Mingus y a Bach) y El “mocho”; que tenía la mitad de una oreja, a causa de un accidente con un perro en la infancia. Él tocaba el piano. Largas horas en el estudio del conservatorio pasamos para darle una interpretación a “The Underground Bird”, pero solo una red confusa de notas suicidas en el aire y divagadas era lo que obteníamos. Incluso pensaron en mandarnos a la mierda cuando la presentamos en el auditorio de la universidad. Nadie supo dar razón de lo que un grupo de jazzistas con cabello largo y sin traje, querían dar a entender.


Trataba de buscar en libros como “Fenomenología del espíritu” algo que diera en mi cabeza razón de lo sucedido con la trascendencia de lo humano en aquella pieza, algo que me diera un esbozo de poder interpretar de igual forma al pájaro celestial. Mire a mi alrededor. El Sax de plástico que usaba con la banda, estaba rayado por el uso, mal oliente por mi boca y se llegaba a vislumbrar una sed de esté por mi saliva salvaje. Lo tome del suelo donde descansaba y toque “Silence” de Murray & Waldron. En ese momento donde las notas del sax llegaron a una tenue estabilidad, la tranquilidad de hace mucho tiempo se apodero de aquel pájaro que tenía en mis adentros, el cual solo agitaba en esa jaula de acero corroído, pero nunca llego a volar.


Tome la mochila con solo uno de los libros, mi sax viejo junto a los panfletos comunistas y fui a casa con papá. Le conté sobre el disco que había encontrado. Tras una larga platica de casi 3 horas y ½. Supe la historia de “The Underground Bird”. Tome el primer avión a NY. Por consejo de papá. Ya en NY cuando recorrí las mismas calles que The Bird, cuando tomaba quizá el mismo vagón que aquella tarde suicida había tomado, con el saxofón en la mano izquierda, con la cara demacrada y con la vena herida, rumbo a Harlem, rumbo a Brooklyn, rumbo a Queens, para encontrar los rastros de los amigos de Charly, discos, notas de aquel maniaco drogadicto, pero en especial, a aquel maestro perdido de Charly ese que casi nadie conoció y le dio “The Underground bird” a mi jefe. Iba en busca de aquel pájaro que había volado y que tal vez no encontraría.



El autor es de Tehuacán, nació en 1995. Es estudiante de Historia en la BUAP.


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